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Qué entendemos por educación para la vida. Parte I
Por: Gustavo Torroella
Para comprender mejor a la educación para la vida y cómo surge esta tendencia pedagógica humanista, debemos echar un vistazo al panorama de la educación actual. En los umbrales del siglo XXI la situación educacional que presenciamos consiste, en sus rasgos esenciales, en la lucha, en el debate, entre dos tendencias pedagógicas fundamentales: una declinante y en vías de extinción (la que podemos llamar pedagogía del saber), y otra emergente y en vías de extensión (que podríamos denominar pedagogía del ser o educación para la vida).
Una presentación inicial de ambas diría que:
La primera es la tendencia sobreviviente de la educación tradicional, intelectualista (o cognitivista) o pedagogía del saber, cuyo objetivo principal es la transmisión y acumulación de conocimientos (un aprender para los exámenes de la escuela y no para los exámenes de la vida) y se caracteriza por ser informativa (y no formativa): memorista y pasivo-reproductiva, en la que el alumno se limita a memorizar y a repetir lo que se le dice o lee; o autoritaria o auto-crática, porque el maestro impone su criterio sin la participación del alumno; dogmática porque se le dice al alumno lo que debe saber y creer; cerrada o acabada, porque el maestro suministra conocimientos completos, terminados, que abortan o frustran la creatividad del alumno.
Frente a esta concepción tradicional, está surgiendo gradual pero firmemente la tendencia de la educación humanista, con variadas modalidades, pero con un tronco común que podríamos llamar pedagogía del ser, que consiste en una educación para la vida, en sus dos vertientes: individual y social.
Esta pedagogía propende al desarrollo integral de la personalidad, de las potencialidades del hombre y a la plenitud humana. Se caracteriza por los siguientes principios rectores: la educación centrada en el alumno, en su atención y comprensión; el respeto, aceptación y amor al educando, como actitud fundamental del educador; la vitalización de la escuela, su vinculación con la vida en el doble sentido de abrir, de llevar la escuela a la vida e introducir la vida en la escuela, y esta como un taller para la vida, para la vida naciente y creadora. Frente al embalsamamiento y momificación del pasado en la escuela tradicional; la actividad frente a la pasividad, la inercia y el bostezo de la escuela tradicional; pero principalmente la auto-actividad, la generada y dirigida por el propio alumno; la espontaneidad creadora, frente al formalismo, la rigidez y el autoritarismo; la libertad y la espontaneidad para tener iniciativas, para expresarse y elegir.
Finalmente la educación para la vida está orientada hacia la comunidad, hacia la sociedad, para una convivencia armoniosa y cooperativa, para promover la responsabilidad y la conducta prosocial.
La educación para la vida se basa en tres postulados fundamentales:
- Que la vida humana es la materia más importante a enseñar y aprender;
- Que la riqueza mayor de un individuo y de un país son sus potencialidades humanas y más todavía cuando cooperan.
- Que, consecuentemente, la tarea individual y social más importante es el desarrollo y utilización de las potencialidades humanas para una vida más plena y de mejor calidad.
Qué entendemos por vida humanaAl recoger los escasos aportes que la Filosofía y la Psicología han hecho a la explicación de este concepto, diríamos, en el intento de una definición preliminar y esquemática, que la vida humana consiste en un yo haciendo algo, interactuando, con los objetos del mundo: naturales, humanos, sociales y culturales que el propio hombre ha creado.
De ahí se deriva que la vida humana consta de tres componentes, en íntima interacción dialéctica:
- El yo que es el que actúa y hace en el mundo;
- las actividades que son las acciones y quehaceres de ese yo en
el mundo (que pueden ser cognitivas, valorativas, comunicativas,
manipulativas, transformadoras, creativas o destructivas);
- y los objetos del mundo (materiales, vivientes, personas, obras de la cultura) con los que el yo intearctúa y hace sus quehaceres.
Cuestiones fundamentales que plantea la estructura de la vida humana, cuyas respuestas constituyen los pilares de la educación para la vida Esta estructura tripartita de la vida humana y la tríada de sus componentes (y o actividades mundo) nos plantean una serie de cuestiones y preguntas fundamentales, que surgen de la conciencia crítica y de profundas necesidades existenciales cuyas respuestas son muy importantes porque constituyen los pilares de la educación para la vida.
- ¿Quién y cómo soy yo? (y mi grupo).
- ¿Cómo dirigirse y controlarse a sí mismo? (Actuar, decidir, realizar propósitos).
- ¿Qué sentido u orientación debo darle a la vida? (Cuáles son
los objetivos, metas, valores que debo proponerme alcanzar en la vida) .
- ¿Qué debo hacer con las cosas y personas del mundo? (La
cuestión ética de cómo debo tratar y comportarme con las cosas y
personas del mundo?
- ¿Cómo debo convivir, relacionarme y comunicarme con las personas del mundo?
- ¿Cómo debo afrontar y resolver los problemas, dificultades y frustraciones en mis relaciones con el mundo?
- ¿Qué, y cómo debo transformar y mejorar a mi persona y al mundo que me rodea?
Para responder adecuadamente a tales cuestiones fundamentales debemos aprender una serie de aprendizajes básicos para la vida a través de los que logramos satisfacer las necesidades humanas, desarrollar nuestras potencialidades y vivir una vida más plena y de mejor calidad. En esto consiste afrontar la vida y aprender a vivir.
Ahora bien, la vida no es algo estático, inerte o inmóvil, sino que ese yo haciendo algo con las cosas del mundo tiene una tendencia al crecimiento, al desarrollo, a la expansión, a la creatividad y trascendencia. Ese impulso se manifiesta como una voluntad de vivir, de actuar, de hacer algo con los objetos del mundo (valorar, conocer, elegir, preferir, decidirse, convivir, comunicarse, transformar, crear, superarse...).
Las necesidades humanas A partir de esa tendencia o impulso inicial de crecimiento, desarrollo y expansión y por la interacción del hombre con el mundo, se abren como en abanico una serie de necesidades (biológicas, psicológicas, sociales, espirituales) que tienen como objetivos comunes:
- la subsistencia o sobrevivencia (individual y de la especie); y
- el desarrollo y expansión de las personas.
NECESIDADES SUPERIORES ESPIRITUALES O META-NECESIDADES | Necesidades de autorrealización
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NECESIDADES CARENCIALES O DEFICITARIAS | Necesidades psicológicas
|
Mientras nos limitemos a satisfacer las necesidades carenciales o deficitarias solo logramos subsistir o sobrevivir, lo que, por supuesto, realiza un valor básico: el de la vida.
La satisfacción de estas necesidades básicas de la vida (las llamadas carenciales o deficitarias) es lo que nos posibilita el cumplimiento de las necesidades superiores o meta necesidades que son las que nos elevan a la plena condición humana que nos capacita para la realización de los valores espirituales o el nivel más alto de calidad de vida.
El hombre puede responder a esas necesidades superiores en dos formas:
- en forma positiva, satisfactoria y constructivamente, con
respuestas de amor, creatividad, razón (mediante los aprendizajes
básicos para la vida, como después veremos); o
- en forma negativa por frustración y malogramiento, con respuestas de odio, temor, ignorancia y destructividad.
La personalidad saludable asume, adopta una actitud y conducta abierta, comunicativa, afirmativa y de amor hacia la realidad y está en un proceso continuo de aprendizaje, mediante una interacción dialéctica con esta, aprendizaje que consiste en un cambio y transformación para el mejoramiento del mundo y de sí mismo.
Pero cuando, al contrario, el sujeto se frustra, malogra en la satisfacción o realización de esas necesidades humanas, por condiciones personales, sociales o ambientales deficientes o adversas, surge el llamado síndrome del deterioro que empeora la calidad de vida y engendra valores negativos o disvalores y los principales problemas y trastornos psico-sociales.
Este síndrome del deterioro genera una personalidad enferma o malsana y frustrada que genera las siguientes características: aversión o miedo a la vida, malevolencia hacia el mundo, falsedad, hipocresía, sub o sobre estimación de sí mismo, masoquismo o sadismo, dependencia o parasitismo, egocentrismo, egoísmo, esterilidad, impotencia creativa, pasión por tener o por poder, impulsividad, pusilanimidad, mezquindad, división, conflicto, discordia consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
La personalidad enferma o deteriorada, en contraste con la saludable y desarrollada, asume, adopta, una actitud y conducta rígida, repetitiva, hermética, cerrada ante la realidad por bloqueo o estancamiento de los procesos de comunicación y aprendizaje y por temor u odio a la vida, lo que impide que el sujeto cambie o transforme a la realidad y a sí mismo y en cambio tiende a paralizarse, a aferrarse a lo mismo, a temer y rechazar el cambio.
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